Y mi madre me dijo: ¡Has hecho bien, hijo, has hecho bien! Colgué el telefonillo que comunica pared con pared y volví a mi habitación de nuevo con la compañía de Dani, era el que me trataba mejor. Mis recuerdos volvían de nuevo a mi cabeza, y yo reía, no dejaba de hacerlo, junto con Dani, quien se entretenía cuando le contaba qué pasó con papá y con Andrea. Al fin llegué al cuartillo y me senté con Dani en la cama, enfrente de un enorme y largo espejo. Dani me hablaba, y yo respondía con las manos cubiertas de una sustancia seca y rojiza. Dani reía como un niño pequeño, y yo también reía, porque en el espejo no veía a nadie más que a mí.
Judit Vallès 1r batxillerat A